Capítulo 1 El testamento del patriarca
El prócer estaba muerto. Don Pedro Teodosio Rodríguez de la Malvarrosa y López-Ferrán, el hombre que lo había sido TODO en San Pancracio, había entregado su alma al Creador a los 99,9 años.
"¡A tan sólo una semana de cumplir los 100!", se lamentaban los ancianos del lugar, con la sensación de que la biografía del prócer habría quedado más lustrosa de haber alcanzado tan redonda edad. Su desconcierto era comprensible: como se decía de la reina Victoria de Inglaterra, ninguno de los habitantes del lugar había vivido jamás en un mundo en el que don Pedro Teodosio no ocupara un lugar preeminente.
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Ya en su más tierna infancia había sido el líder indiscutible en la escuela, gracias a su habilidad en el combate cuerpo a cuerpo y al hecho de que su padre era el prestamista del pueblo. Junto con el abecedario, lo primero que aprendían los niños de San Pancracio era que a Pedrito había que consentirle todo, porque su papá era el que manejaba la plata y convenía tenerle contento.
Con el paso de los años, Pedro Teodosio aumentó de manera imparable su ámbito de influencia. Regresó de sus años de formación en el extranjero lleno de ideas y energía, jubiló a su padre y puso en marcha un banco, una clínica y una fábrica de jugos y mermeladas, con la que se proponía sacar provecho de la riqueza hortofrutícola de la región. Su éxito fue tal que, en pocos años, era imposible realizar en San Pancracio ninguna actividad o transacción que no terminara de algún modo en las arcas del insigne personaje.
Absorbido por sus ambiciosos proyectos, no encontró tiempo para casarse hasta que, próximo a cumplir los 60, desposó a la hija veinteañera del director de la clínica. A los 72 creó la Fundación para el Progreso de San Pancracio, destinada a financiar la educación de jóvenes sin recursos. Esta inesperada vena filantrópica aportó el halo definitivo a la figura de don Pedro: en el momento de su muerte acumulaba más premios, reconocimientos y placas conmemorativas que la Sala de Trofeos del Real Madrid.
¡Y ahora ya no estaba! En apenas dos meses, una neumonía doblegó la fortaleza del gran hombre. Durante las semanas previas al fallecimiento, los vecinos asistieron con estupor al trasiego de abogados convocados para asegurar legalmente las últimas voluntades del moribundo. La incertidumbre y el chismorreo se adueñaron de San Pancracio: ¿Cuál de los tres hijos de don Pedro Teodosio heredaría el imperio? ¿O tal vez se produciría un reparto salomónico de las líneas de negocio? ¿Seguirían los herederos sosteniendo la Fundación, de la que dependía el porvenir de tantos humildes pero talentosos jóvenes del lugar?
Los herederos
La preocupación de los vecinos estaba bien fundada, porque los descendientes de don Pedro no podían ser más diferentes entre sí. El mayor, Luciano Federico, era el presidente del banco y estaba a cargo de las finanzas de la familia. Esnob y estirado a más no poder, prefería vivir en la capital y sólo aparecía en San Pancracio cuando lo consideraba necesario para reafirmar su posición de príncipe heredero.
La segunda se llamaba Victoria Marina y había estudiado Medicina, por expreso e inapelable deseo de su padre. Por desgracia, resultó ser una cardióloga pésima, y la propensión de sus pacientes a morir de forma prematura se convirtió en una de las leyendas urbanas de San Pancracio. Al final terminó ocupándose de la dirección de la clínica, labor para la que demostró estar mucho más dotada. Sus enfrentamientos con Luciano Federico, a causa de los aspectos financieros de la gestión sanitaria, llegaron a tales extremos que los dos hermanos apenas soportaban estar juntos en la misma habitación.
Carlos Adalberto, con 30 años, era el científico superdotado de la familia. Su nacimiento había sido una sorpresa en el pueblo, dada la avanzadísima edad del progenitor. Con inagotable imaginación y una sólida formación en las más prestigiosas universidades del mundo, no sólo había inventado la confitura de morrones con soja, sino que sus innovaciones habían hecho más sostenible y eficiente el proceso de elaboración de la mermelada.
Tampoco había que olvidar las expectativas y ambiciones de la "joven viuda" de don Pedro. A sus 60 años, Elena de las Nieves seguía empeñada en aparentar 40, pero lo único que había logrado era parecerse a la máscara funeraria de Nefertiti, tanto en los rasgos como en la movilidad del rostro. No ocultaba su predilección por Luciano Federico, y había pasado los últimos años en permanente campaña para que don Pedro optara por su primogénito como único heredero.
El testamento
La tensión se mascaba en el despacho de don Pedro. El abogado principal ocupaba ahora el escritorio de caoba desde el que el difunto había levantado su inmenso patrimonio. Tras él, otros cinco abogados contemplaban circunspectos a las personas convocadas.
Elena de las Nieves consultaba con disimulo su Chopard, impaciente por escuchar la confirmación de Luciano Federico como jefe de la familia. Tan segura estaba de haber logrado su objetivo que incluso recibió con benevolencia la petición de los abogados para que, además de la viuda y los tres hijos, acudiera la lectura del testamento Marga Teresita, la joven asistente personal de don Pedro.
Marga Teresita era uno de los casos de éxito de la Fundación para el Progreso de San Pancracio. Su madre había llegado al pueblo 28 años atrás, un mes después de que su marido pereciera achicharrado por un rayo y la dejara sola, embarazada y sin dinero.
La Fundación sufragó los estudios de la niña, desde el jardín de infantes hasta el postgrado en Harvard. Entonces don Pedro, que conservaba intacta toda la lucidez de su juventud, la contrató como asistente ejecutiva, "para mostrar al mundo el feliz resultado de mi apuesta por la educación", como gustaba de explicar con orgullo. De talante cariñoso y agradecido, en los últimos años Marga Teresita le había ayudado varias veces a desbaratar los periódicos motines de Luciano Federico, que no disimulaba sus prisas por hacerse con las riendas del patrimonio familiar. Con tales antecedentes, a nadie le pareció insólito que el anciano hubiese incluido algún legado para garantizar el futuro de la joven.
Mientras esperaba que el abogado comenzara a desvelar las ignotas disposiciones testamentarias de don Pedro, Carlos Adalberto se comía con los ojos a Marga Teresita, de quien estaba perdidamente enamorado. Sospechaba que ella sentía una inclinación similar hacia él y, aunque lamentaba sinceramente la muerte de su padre, confiaba en que la necesidad de consuelo mutuo propiciara un mayor acercamiento entre ambos.
Por fin el abogado se aclaró la garganta y comenzó a hablar: "Permitan ante todo que les exprese mis sinceras condolencias y mi más profunda consternación por el luctuoso suceso que hoy nos reúne". Se interrumpió para observar con disgusto a Luciano Federico, que murmuraba de forma audible algo sobre "saltarse los prolegómenos", mientras su hermana Victoria le lanzaba sus habituales miradas incendiarias.
Cuando estuvo satisfecho con el nivel de silencio de la sala, continuó: "Paso a continuación a transmitirles las últimas voluntades del finado, dictadas en mi presencia y con mis estimados colegas como testigos:
Yo, Pedro Teodosio Rodríguez de la Malvarrosa y López-Ferrán, en plena posesión de mis facultades mentales y con total comprensión del alcance y consecuencias de la decisión que he tomado, establezco que mi patrimonio debe permanecer indiviso, quedando la propiedad de todos mis bienes y derechos en manos del más capacitado de mis descendientes, sin condiciones ni limitación alguna en cuanto a las facultades de disposición".
Luciano Federico y su madre se miraron, satisfechos. El primero sonrió abiertamente y se recostó relajado en su butaca, mientras el busto de Nefertiti esbozaba la mueca más amplia que le permitía el Botox.
El abogado prosiguió su lectura: "Por tanto, nombro heredera universal de todos mis bienes a doña Marga Teresita López Fernández, a quien en acto previo he reconocido formalmente y a todos los efectos legales como mi hija biológica, nacida de mi relación extramatrimonial con doña Sara Isabel Fernández y Fernández…".
CONTINUARÁ...
¿Cuál de los presentes reaccionará peor a la sorprendente noticia? ¿Cómo afectará la nueva situación a los ciudadanos de San Pancracio, a los negocios levantados por don Pedro... y a la economía de cada uno de los miembros de la familia? Envía tus preferencias sobre los desafíos financieros y el futuro de nuestros personajes a culebron.financiero@addkeen.net
Cristina Carrillo
Addkeen Consulting - Buenos Aires
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