Lo que Facebook se llevó (y II)
En el número anterior conocimos a Encarnada Ojara, una jovencita mimada y egocéntrica que, en menos tiempo del que tarda en explotar una burbuja (inmobiliaria), pasó de vivir con todas las comodidades a tener que consumir marcas blancas para asegurar la supervivencia de su familia. Si no recuerdas bien cómo se desarrolló el doloroso proceso, aquí tienes la primera parte.
|
|
Para colmo de males, mientras el mundo feliz de nuestra heroína desaparecía para no volver jamás, el negocio de Raf Batler iba viento en popa. Odiado por las empresas y amado por el público, Raf se había convertido en una especie de Robin Hood de la cultura virtual. La implacable vigilancia de las autoridades se estrellaba constantemente contra el cuidadoso diseño de su plataforma, que jugaba con los resquicios normativos sin llegar a vulnerar las leyes anti-piratería de ningún país. Los rumores sobre el espectacular y rápido enriquecimiento de Raf no parecían molestar a sus admiradores, para quienes era de justicia que alguien capaz de torear a tantos gobiernos obtuviera los debidos beneficios de su labor divulgativa.
Dispuesta a todo para volver a poner sushi en su mesa, Encarnada tramó un plan para recuperar el interés de su antiguo admirador. Estaba claro que no podía plantarse delante de él y soltarle sin más: "¡Hola! ¿Te acuerdas de mí? Te llamé ladrón y sinvergüenza y juré que no saldría contigo ni en esta vida ni en las próximas. Por cierto, ¿podrías prestarme unos cuantos milloncitos para salvar mi casa?".
Descartada la aproximación directa, no quedaba más opción que la sutileza: un encuentro "casual" entre dos jóvenes adinerados, comentarios risueños sobre cómo habían cambiado ambos en los dos últimos años… Encarnada se mentalizó para adularlo a conciencia, aunque ello significara quedar como una majadera sin criterio. Quedaba el pequeño problema de la ropa: había tenido que vender por eBay todas sus espléndidas prendas de diseño, y sospechaba que un mujeriego como Raf reconocería las imitaciones de Zara que las habían sustituido. Por suerte, un amigo de su difunto padre, que solía hacer negocios con la comunidad china, le proporcionó un falso Armani que no resistiría dos lavados pero que, por lo menos, daría el pego en la primera puesta.
Así pertrechada, la joven "se encontró" con Raf en el club nocturno que él solía frecuentar. Durante varios minutos, la conversación transcurrió tal y como Encarnada había planeado. El hombre parecía verdaderamente contento por el reencuentro, y rió con ella mientras comentaban las pormenores de aquella fallida cita. "¡Cuánta razón tenías sobre el negocio inmobiliario!", suspiró ella con admiración mientras aparentaba arreglarle el nudo de la corbata. "Fue una suerte que mi padre diversificara sus inversiones cuando empezaron a notarse los problemas, de otro modo no sé qué habría sido de nosotras después de la quiebra".
"¡Me alegra mucho oír eso! Cuando me enteré del fallecimiento de tus padres me pregunté si os habría quedado algún respaldo patrimonial", respondió él mientras tomaba las manos de Encarnada y las acariciaba con cariño. "Pensé muchas veces en llamarte, pero como nuestra cena no acabó demasiado bien y apenas entrabas en Facebook, imaginé que estarías ocupada…". Raf se interrumpió mientras miraba fijamente las manos de la joven. "¿Qué les ha pasado a tus uñas?".
"¿A mis uñas? ¡Nada!", protestó Encarnada, retirando las manos con rapidez. Demasiado tarde, comprendió que había subestimado a su adversario: no se levantaba un negocio como el de Raf sin prestar una gran atención a los detalles.
"Llevas una manicura casera y, si me lo permites, bastante chapucera. Recuerdo que una vez escribiste en Facebook que ninguna dama elegante llevaría otra cosa que una perfecta manicura francesa. ¿Han cambiado tus criterios sobre la elegancia? Déjame adivinar… No es cierto que tu padre tuviera tiempo de diversificar sus inversiones, ¿verdad? ¡Estás arruinada!".
Con su artificio al descubierto, Encarnada no tuvo más remedio que contar la verdad. "Pues sí, necesito mucho, muchísimo dinero. Estamos al borde del desahucio y tengo que ocuparme de mis dos hermanas pequeñas. Eres de los pocos que tiene la suerte de ganar dinero en estos tiempos…".
Raf apretó los dientes. "No es suerte, querida. Es habilidad. Veo las cosas como son, no como a mí me gustaría que fueran, y actúo en consecuencia. Tu familia y los demás constructores se empeñaron en ignorar lo que tenían delante de las narices".
"¿Entonces no vas a ayudarme?", lloriqueó Encarnada, mientras batía las pestañas de manera presuntamente irresistible. Él se rio.
"Me gustas porque no eres capaz de disimular lo mala que eres. Te ayudaría si pudiera, pero lo cierto es que no tengo liquidez. Casi todo mi patrimonio está inmovilizado en… ejem, digamos que en lugares seguros y paradisiacos. En este momento me están vigilando muy estrechamente y no me conviene llamar la atención moviendo cantidades importantes. ¿No puede ayudarte aquel blandengue del que estabas encaprichada?".
Comprendiendo que no iba a lograr su objetivo, Encarnada se despojó de la máscara seductora y dejó salir al basilisco que llevaba dentro. "Rufián, desgraciado… Te estás divirtiendo, ¿verdad? Muy bien, ya conseguiré ayuda en otra parte. Y Alex no es ningún blandengue… ¡Él me ayudaría si no estuviera en peor situación que yo!".
Raf la contempló mientras se alejaba, convencido de que aquella bruja con tan mal genio era la mujer adecuada para él. Como era un hombre de acción, una vez que tuvo claro el objetivo inició una impecable estrategia de acoso y derribo. Bandejas de sushi, tarjetas-regalo de las mejores tiendas de moda de la ciudad… Huelga decir que las hermanas de Encarnada adoraban al dadivoso pretendiente. Y nuestra protagonista, voluble e interesada como era, olvidó convenientemente la antipatía que siempre había profesado al arrogante señor Batler. Hasta que un día, mientras contemplaba extasiada el ostentoso y supervulgar collar de rubíes que acababa de recibir como regalo de cumpleaños, se preguntó cómo había podido encontrar desagradable a un hombre tan generoso… y aceptó su propuesta de matrimonio. Para ser sinceros, el despecho que sintió al enterarse de la reciente boda de Alex y Mariana también tuvo algo que ver con su decisión.
Durante algunos meses, las cosas no pudieron ir mejor. Encarnada llevaba la vida de rica consentida a la que estaba acostumbrada y Raf encontraba un gran placer en mimarla. Con tanto arrumaco, finalmente pasó lo que tenía que pasar y Encarnada quedó embarazada. Mientras Raf consideraba que aquello era el colmo de la felicidad, ella se pasó los nueve meses con una severa depresión pre-parto, que se agudizaba a medida que tenía que sustituir los modelitos de diseño por cómodos atuendos pre-mamá. El suplicio terminó con el nacimiento de una niña que, como cabía esperar de una madre tan cursi y esnob, recibió el nombre de Barbie.
El problema es que, después del parto, Encarnada había perdido su propia figura de muñeca esquelética. Se embarcó en una sucesión de liposucciones y tratamientos estéticos muy dolorosos, que no ayudaron a mejorar su mal carácter. Cuando se sintió suficientemente recauchutada, anunció a Raf que no estaba dispuesta a pasar por lo mismo nunca más y que iba a blindar la puerta de su habitación.
Raf, incrédulo ante tan radical planteamiento, le recordó que la ciencia no sólo ponía a su disposición cirujanos plásticos, sino también métodos muy eficaces de planificación familiar. "¡Ninguno es seguro al 100%!", rebatió ella, testaruda. "No estoy dispuesta a correr ni el menor riesgo. Tú haz lo que quieras, no es asunto mío".
"¿Que no es asunto tuyo?", le respondió un Raf completamente furioso. "¿Y qué pasaría si mañana tu amigo Alex sufriera un ataque de estupidez y dejara a su mujer para jurarte amor eterno? ¿A él también le pararías con una puerta blindada?".
Y así comenzó una fase de guerra fría matrimonial. Encarnada recuperó sus hábitos sociales de la adolescencia y Raf se dedicó a jugar con la Barbie (la niña, no la muñeca). Demostrando ser digna hija de su padre, antes de los tres años la pequeña ya hackeaba la PlayStation con toda naturalidad. Sin embargo, la felicidad de Raf duró poco. Poco después de cumplir los seis años, Barbie se apuntó a una maratón infantil de videojuegos y colapsó después de 15 horas seguidas frente a la computadora.
El trágico desenlace devolvió a Encarnada al mundo real. Impresionada por el profundo dolor de Raf y devastada ella misma por la pérdida de su hija, repasó su vida con otros ojos y no le gustó el panorama. Cuando Alex se acercó para ofrecerle su apoyo, ella se preguntó con estupor cómo era posible que alguna vez hubiese encontrado irresistible a semejante pan sin sal… Dispuesta a recuperar el tiempo que había desperdiciado ignorando a su propio marido, se dispuso a arreglar las cosas con él.
Cuando llegó a casa, encontró a Raf muy concentrado en su teléfono móvil, con dos maletas a sus pies. "¿Te vas de viaje?", preguntó, inquieta.
"Sí, querida. Un viaje muy largo. De hecho, no creo que volvamos a vernos más", respondió él fríamente, mientras continuaba ejercitando los pulgares.
"¡No puedes dejarme! Tenemos que hablar… ¡Deja el teléfono!", chilló ella, exasperada.
"Lo siento, pero estoy haciendo algo importante. Te estoy bloqueando en todas las redes sociales. Ya no somos amigos en Facebook. Ni en ningún otro sitio, a decir verdad".
Encarnada se quedó lívida. Si Raf se hubiera limitado a salir andando por la puerta hubiese conservado alguna esperanza, pero… ¿de verdad la había borrado de Facebook? ¡Eso sí que era una irrevocable declaración de intenciones! Se sintió mareada. Esto no podía estar sucediendo. Débilmente, decidió hacer un último intento.
"Raf, he sido muy tonta. Me he dado cuenta de que te quiero. Por favor, vuelve a aceptarme en Facebook… ¿Qué pensará todo el mundo cuando vean que ya no estamos conectados? ¡Me moriré de la vergüenza si tengo que cambiar mi situación sentimental!".
Por fin, Raf levantó la vista del teléfono, la miró con indiferencia y pronunció su famosa frase: "Francamente, querida, tu reputación virtual me importa un bledo".
El juglar financiero
|
|