Mayo 2013, número 19
¿Cómo serán los bancos en el 2020?

Qué buena pregunta. Si las cosas no cambian mucho, parece que muy parecidos a como son ahora, para desgracia de los consumidores y de la economía productiva.

El think tank británico New Economics Foundation (NEF) acaba de lanzar su análisis Banking 2020: A vision for the future. El documento comprende 12 artículos, en los que expertos y políticos de diferentes tendencias valoran las reformas previstas y las perspectivas del sistema bancario del Reino Unido. Por obra y gracia de la globalización, nos encontramos con que la mayor parte del contenido es perfectamente aplicable a cualquier país de Europa o Norteamérica.

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Los autores muestran numerosas coincidencias a la hora de destacar los aspectos clave del paradigma bancario del futuro. Vamos a centrarnos en uno de los que genera más consenso: situar al cliente como protagonista principal. Para que los usuarios desempeñen el rol preponderante que les corresponde, es necesario favorecer la diversidad y la competencia entre entidades, ampliando las posibilidades de elección de los consumidores.

El periodista económico Steve Tolley, coordinador y editor de la obra, destaca el absurdo de que una industria basada en el ofrecimiento de productos y servicios al público tenga que ser exhortada a satisfacer las necesidades de sus clientes. ¿No se supone que ese es el objetivo de cualquier negocio? Todos somos conscientes de que, en los últimos años, los bancos han confundido sus prioridades y su propia razón de ser, arrasando por el camino las economías de varios países.

Una de las cuestiones más novedosas que se están debatiendo, y que aumentaría de manera exponencial el margen de maniobra de los consumidores, es la portabilidad de las cuentas bancarias. Esto permitiría a individuos y empresas cambiar su cuenta a otra entidad en cualquier momento, conservando todos los detalles identificativos y sin tener que afrontar coste alguno ni engorrosos trámites burocráticos. Como cabía esperar, las entidades financieras muestran escaso entusiasmo ante tal perspectiva, ya que viven mucho más tranquilas con el actual estado de cosas. De manera muy gráfica, uno de los autores señala que hoy día el consumidor medio tiene más probabilidades de divorciarse que de cambiar de banco. Puesto que ya existe la tecnología necesaria para permitir tales movimientos, con plena garantía para la privacidad y los derechos de ambas partes, todo apunta a que en el futuro la portabilidad de cuentas bancarias resultará tan natural como lo es ahora cambiar de compañía telefónica conservando el número del móvil.

Los bancos juegan un papel clave en los procesos de inclusión financiera, entendida como el acceso generalizado a servicios financieros de calidad con costes reducidos, y que resulta imprescindible para que un mayor número de ciudadanos puedan beneficiarse de la nueva economía digital. El documento plantea que corresponde a los bancos de mayor tamaño actuar como proveedores de "Cuentas bancarias básicas" (gratuitas) y establecer alianzas con bancos locales, para atender a las comunidades con insuficiente acceso a los servicios financieros. Más allá de las obligaciones regulatorias, cabe esperar que los bancos se muestren reacios a extender las facilidades de estas cuentas bancarias básicas, que para ellos suponen un coste sin perspectiva clara de retorno (ni siquiera a través de los ingresos cruzados, ya que resulta poco probable que los beneficiarios de las cuentas gratuitas se planteen la adquisición de otros productos financieros). Sin embargo, los autores opinan que la imagen pública de la industria es tan penosa que mejorarla contribuyendo a la inclusión financiera de los más desfavorecidos debería ser considerado por los bancos como una magnífica inversión.

Otro aspecto básico para estimular la competencia es la supresión de las barreras de entrada y salida del sistema. Por lo que se refiere a las barreras de entrada, está claro que las dificultades para crear nuevas entidades bancarias perpetúan el status quo y limitan las opciones de los consumidores. Sin embargo, resulta más interesante la propuesta de suprimir las barreras "de salida". Efectivamente, gran parte de las dificultades que están atravesando las economías occidentales derivan del empeño de los gobiernos por evitar la desaparición de entidades que se consideran de importancia sistémica, con la consiguiente repercusión de costes escalofriantes sobre las espaldas de los contribuyentes. Es necesario un sistema financiero que permita la desaparición de las entidades inviables sin que se produzcan traumas colectivos, como ocurre en cualquier otro sector.

En este punto resulta pertinente recordar una desagradable sorpresa producida a raíz del rescate de Chipre: la pérdida de la inviolabilidad de los depósitos bancarios del público, hasta ahora uno de los pilares más sagrados de la banca moderna. Los autores lo consideran el efecto más reciente de la arrogancia de banqueros y reguladores que, declarándose capaces de erradicar todo riesgo gracias a la creciente complejidad de los modelos e instrumentos financieros, parecían ignorar uno de los principios fundamentales del capitalismo al que representan: no puede obtenerse rentabilidad sin riesgo. Como hemos podido comprobar, el riesgo no desaparecía por arte de magia, sino que se trasladaba desde los balances bancarios a las desprotegidas y vulnerables economías familiares.

Los autores señalan el error intelectual de "pretender que los instantáneamente disponibles y completamente seguros depósitos bancarios pueden estar respaldados por arriesgadísimos créditos a largo plazo, una alquimia que sólo es posible por la garantía estatal de los depósitos". Esto crea un riesgo moral para los depositantes y para los ejecutivos bancarios, que quedan injustamente exentos de rendir cuentas por sus elecciones y acciones.

Para avanzar hacia la desconexión entre los presupuestos públicos y las responsabilidades de la industria financiera se plantean dos caminos: 1) Clara separación entre la banca comercial (que atiende a las necesidades financieras cotidianas del público) y la banca de inversión. 2) Sustitución del actual sistema de generación de dinero por parte del Estado por otro de divisas independientes, cuyo valor dependería de la credibilidad de los bancos que las emitan (opción que requeriría un completo cambio de paradigma en cuanto a política monetaria y financiera).

En resumen, hay ideas muy claras sobre lo que debe ser la banca del futuro, pero llevar los cambios a buen puerto puede resultar complicado. No sólo porque los bancos se están resistiendo a la agenda de reformas, sino porque los intereses políticos y el deseo de salvaguardar los intereses nacionales frente a los de otros países debilitan la eficacia de los trabajos que se realizan internacionalmente para mejorar las reglas del juego.


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